miércoles, 23 de enero de 2008

Rompan filas


Lazare Ponticelli. 110 años. El último soldado francés superviviente de la primera guerra mundial. Eso es mucho sobrevivir. Casi más parece emperrarse en vivir. Y seguramente en no olvidar. Me gusta la historia (ahora mismo, al leer esto, probablemente mis profesores se hayan echado a reír…), pero es que la historia hay que saber enseñarla, contarla, apasionar al oyente con esos pasajes que han hecho de nosotros lo que somos. Un maestro en contar historias de la historia con pasión fue el recientemente fallecido colega Juan Antonio Cebrián, que en las noches de onda cero tenía la capacidad de contarte pongamos por caso una batalla de los godos como si de El señor de los anillos se tratara, historias que en algunos casos quedaron plasmadas en libros de moderado éxito.
Decía que me gusta la historia, y en concreto la primera guerra mundial, donde pudimos ver la cara más cruel del ser humano. Guerra de trincheras, conflicto de desgaste en el que la maquinaria de guerra se perfeccionó de manera espeluznante. No soy un estudioso ni mucho menos, pero sí que me gusta visitar escenarios vinculados a la historia, y en un viaje en solitario en el que volvía de Alemania, no pude más que pararme en la región francesa del Somme, donde se vivieron algunos de los capítulos más terribles de ese conflicto: Más de un millón de bajas entre ambos bandos. Cómo no pararte al ver campos y más campos con “cultivos” de cruces blancas, algunas de ellas con el nombre de quien yace debajo, las más con un escueto “Aquí yace un soldado inglés”, o “Aquí yace un soldado desconocido”. Centenares, miles de cruces. En cada pueblo, un monumento con los nombres de los lugareños caídos en las 2 guerras mundiales. Detenerte un tiempo en esos cementerios da que pensar, para empezar para agradecer el no haber tenido que vivir algo tan paradójicamente humano como una guerra. Tan humano como inhumano, qué cosas.
Más cerca de aquí, junto a la duna de Pyla, en Arcachón, en la carretera que lleva a Biscarrose, un pequeño letrero en una desviación reza “Cementerio de los senegaleses”. En este caso también cómo no desviarse. A un par de kilómetros, un pequeño pinar que solo se diferencia de esa idéntica inmensidad en que está vallado, y sembrado de cadáveres, y un discreto monumento que recuerda a un grupo de soldados senegaleses que dieron su vida defendiendo la metrópoli que sólo conocieron para ser enterrados en ella, en ese perdido paraje.
Lazare Ponticelli ha declarado que no quiere ningún homenaje especial cuando fallezca, “los primeros que cayeron tienen tanto derecho a honores como yo, que soy el último” ha dicho, y no le falta razón. Pero si un homenaje cuando el nos abandone, dedicado a todas esas victimas de la sinrazón humana, sirve para que reflexionemos un poco y no repitamos los mismos errores, pienso que el bueno de Lazare convendrá conmigo en que no estará de más. Salud Lazare.

Dedicado a mi padre, que espero sea el último gudari superviviente de la guerra civil española. Por muchos años.

No hay comentarios: