jueves, 13 de marzo de 2008

Se han ido 2 gudaris

Lo que son las cosas: El 23 de enero escribía sobre Lazare Ponticelli, que a los 110 años de edad era el último superviviente que combatió en el ejército francés en la primera guerra mundial, y se lo dedicaba a mi padre, que ya estaba convaleciente, deseando que fuera el último gudari de la guerra civil española en irse. No ha sido así, y a la semana de irse él, Lazare le ha acompañado. Mi padre ha dejado un vacío muy grande, pero pienso que esté donde esté, compartirá batallitas como las que cuenta en el vídeo del blog con Lazare, y se harán compañía, en la trinchera.

martes, 4 de marzo de 2008

Apagado o fuera de cobertura

Empezaron regalándolos. Bueno, es un decir, ya que con lo que te cobraban por las llamadas ya habían amortizado su inversión. Más adelante, para fidelizar a su clan, te ofrecían llamadas gratis, para siempre, con el cliente del mismo clan que quisieras. Para siempre. Eso ya no lo podía ofrecer ni la iglesia. Por supuesto también resultaba más barato el comunicarse entre miembros del mismo clan. La guerra de precios y ofertas acabó por desquiciarlo todo. Cada clan decidió utilizar en su indumentaria el color corporativo de su compañía para identificarse, pero cuando comenzaron las agresiones, se optó por tatuarse en un lugar discreto el logotipo de la compañía a la que pertenecías. Sí, pertenecer. Se extendieron los ataques a las antenas de la competencia, se quemaban sus tiendas. Aquello se convirtió en una guerra abierta no declarada. Los tonos de llamada también servían para distinguir al amigo del enemigo. Llamar a alguien de nuestro clan y que saltara el buzón de voz nos ponía en lo peor, ni qué decir si daba apagado o fuera de cobertura.
Pero tras años de caos, violencia, y paradójicamente, incomunicación, llegó un momento en el que la continuidad no ya de los clanes, sino de la propia especie peligraba. Estábamos sumidos en un periodo oscurantista, una involución que nos había retrotraído prácticamente hasta el medievo. Ante semejante perspectiva, los ancianos de los clanes pactaron una tregua, que tras muchas reuniones, tiras y aflojas, por fin acarreó la pacificación definitiva. Se acordó entregar todos los teléfonos móviles, que ya ni siquiera funcionaban porque no quedaban antenas que transmitieran su señal, se habían convertido en simples amuletos tribales, y con ellos se hizo una gran pira que los consumió, acabando así con esa pesadilla que casi extinguió a la humanidad. Junto a esa hoguera, como hiciera el hombre de las cavernas, volvimos a comunicarnos, volvimos a mirarnos a los ojos.