jueves, 5 de febrero de 2009

¿Qué tal?

Era la coletilla con la que iniciábamos una conversación: “¡Hola! ¿Qué tal?”. Lo hacíamos de manera inconsciente, cuando nos encontrábamos con algún conocido, o nos llamaban por teléfono, sin esperar con ello que el interpelado nos contara sus cuitas. Era una fórmula ampliamente extendida y aceptada, una pregunta que se quedaba sin respuesta, o como mucho otra coletilla carente de contenido, “bien”, cerraba lo que sería el inicio formal de una conversación. Porque si al que preguntaba no le interesaba especialmente saber cómo estabas, la respuesta tampoco tenía porque ajustarse a la realidad: Decíamos bien aunque nos picara la almorrana.
Pero eso se acabó. No hablo de la almorrana: Esa es una cuestión más peliaguda y en la que cualquiera que las haya padecido, incluso en silencio, convendrá conmigo en que en pleno siglo XXI, y con lo que supuestamente ha avanzado la medicina, suena casi a conspiración judeomasónica el que no hayan encontrado un remedio eficaz que evite tamaño martirio.
Pero a lo que iba, que como de costumbre he vuelto a alejarme de la idea sobre la que gira esta entrada. Ya no se puede preguntar “¿qué tal?”. Porque ya no se puede contestar “bien”. Es imposible. Nuestra frágil burbuja de ambiciones pequeñoburguesas ha hecho ¡plof! Y como sociedad, nos hemos quedado con cara de tontos. La culpa es de los economistas, sí. Y de los banqueros, por supuesto. Y los políticos tampoco se van a librar de su responsabilidad. Pero la culpa, también es nuestra. De esta sociedad que ha vivido a todo tren. Préstamo sobre préstamo: Para el monovolumen, las vacaciones, la cacharrería tecnológica de la que nos hemos hecho dependientes, que parece que no se puede ir por la vida sin móvil de última generación, pc, portátil, ipod, wii, psp, navegador, o el último gadget con el que nos bombardeen publicitariamente. Y qué decir de la hipoteca para esa casa que a poder ser tiene que ser adosada con jardín, 2 plazas de garaje y piscina comunitaria. Esto tenía que reventar por algún lado. Tanta gente no podía vivir tan bien. El planeta lleva tiempo diciendo que no da más de sí. Que todos los residuos tecnológicos altamente contaminantes del primer mundo están envenenando el tercer mundo.
No se puede preguntar “¿qué tal?”, porque si no es en primera persona, todos tenemos a alguien cerca que tiene la soga al cuello. Porque le han despedido. Porque trabaja menos horas. Porque trabaja sin cobrar. Porque no puede afrontar la hipoteca. Porque no consigue vender el piso habiéndose metido ya en la hipoteca de otro.
Estamos jodidos. Pero no nos engañemos, es culpa de todos como sociedad. Algunos tienen más responsabilidad que otros, pero de que le sirve saber eso a quien no llega a mediados de mes. Sólo espero que esta situación sirva para que nos replanteemos nuestras prioridades. Para que maduremos como sociedad. Y que la lección no sea demasiado traumática.