jueves, 30 de octubre de 2008

¿Susto o muerte?

No es de carne y hueso: El hombre lobo, digo, el japonés sí. Es Tomoo Haraguchi (el japonés), junto a una de sus creaciones. La Semana de cine fantástico y de terror de San Sebastián le dedica una exposición, y ha sido uno de los primeros invitados de esta edición que arranca mañana. Y yo me pregunto, ¿habrá facturado al hombre lobo o ha viajado en business class?
Ya he tenido ocasión de ver la peli inaugural, The alphabet killer, el enésimo asesino en serie, perseguido en este caso por una detective esquizofrénica, cómo está el cuerpo... Y claro, con la excusa de la esquizofrenia, y al tener el espectador el punto de vista de la detective, no sabemos qué es real y qué es fruto de su enferma imaginación, y eso sirve para que el director pueda conducir la trama por vericuetos injustificables desde el sentido común. Y va y encima en la rueda de prensa compara su peli con Corredor sin retorno, la obra maestra de Sam Fuller, que ese sí que justificaba el meternos de lleno en la locura. Imperdonable, la comparación, y floja, la peli: Ya desde que vemos en la primera secuencia a una niña escapando del asesino a trote cansino para no adelantar a la cámara... Pa colmo resultaba un tanto macabro que el director presentara una peli sobre un asesino en serie y violador de niñas con su hija pequeña en el regazo, de una edad parecida a las víctimas de la peli.
Esperemos que de todos los estrenos que vamos a ver esta semana, alguno raye el notable, que tal y como esta el género va a costar, pero no perdamos la esperanza antes de empezar: ¡Que corra la sangre!, ¡pero de mentirijilla eh!

lunes, 27 de octubre de 2008

El misterio de la casa de los murciélagos

El piso de Carlos era normalito. El último de un bloque de apartamentos. No era muy amplio, pero tenía una espaciosa terraza de la que disfrutaba especialmente Raspas, su gato. Raspas se desparramaba al sol, intentaba con escaso éxito cazar alguno de los despistados pájaros que decidían hacer un alto en su vuelo en su coto de caza, y se daba largos paseos por el tejado del edificio, al que tenía acceso desde la propia terraza.
Para que Raspas pudiera seguir disfrutando en cualquier momento del exterior sin que esto obligara a Carlos a tener la puerta de la terraza abierta y padecer así el rigor del invierno, este decidió instalar una gatera con su puertecita batiente que le permitiera entrar y salir libremente aunque la puerta estuviera cerrada. La armonía gato – humano fue perfecta, hasta que un tercero entró en discordia: Una noche, mientras Carlos miraba sin especial interés lo que ofrecía la televisión, un murciélago surgió de la nada, y comenzó desorientado a dar vueltas por el salón, tratando de encontrar la salida. Y os preguntaréis, porqué no salió por donde había entrado, y ahí surge el enigma: Puertas y ventanas estaban herméticamente cerradas. Tras abrir la ventana, el murciélago dio todavía un par de vueltas más hasta que pudo ubicar la escapatoria a golpe de ultrasonidos.
Este episodio habría quedado en una simple anécdota si no fuera porque al día siguiente, se repitió. Y no solo al día siguiente: A partir de ese momento, todos los días, si no era por la noche, a la mañana al levantarse, Carlos encontraba un murciélago en el salón, y es más, a veces lo que encontraba era el cadáver, o su pequeño cuerpo decapitado. Esto último podía tener su explicación en la presencia del gato en el domicilio, que podía haber cazado al murciélago, y haber dado buena cuenta de él.
El desánimo se apoderó de Carlos, incapaz de encontrar un razonamiento lógico que explicara aquellas visitas diarias. Y en esas estaba cuando se enteró de que un experto en murciélagos iba a dar una conferencia en su ciudad. Esperando que este pudiera hacer algo de luz sobre aquel misterio que le tenía desconcertado, decidió asistir a la charla. Tras escuchar atentamente las explicaciones del experto y conocer algo más de esos mamíferos con los que compartimos hábitat, le abordó tras la charla y le contó su caso. El experto, tras conocer el enigma, le dijo que tenía que tener una explicación sencilla, basada en lo escurridizos y pequeños que son los murciélagos, características que les permiten entrar por los agujeros más reducidos, aquellos por los que nunca pensaríamos que podrían acceder, y que en su caso, podría haber sido a través de la caja en la que se suelen recoger las persianas enrollables, que suelen estar encima de la ventana y dentro de la vivienda. Al decirle al experto que aquel no era su caso y que en su salón no había ningún resquicio por el que se pudieran colar, el experto decidió que estaba ante un caso que podía ser digno de ser estudiado sobre el terreno, y se ofreció a visitar el piso para aclarar el entuerto.
El experto se pasó un buen rato estudiando la casa, y tras husmear por todos los rincones y recovecos del salón, tuvo que dar su brazo a torcer y reconocer que no había manera de que un murciélago entrara en el salón con la puerta de la terraza, la ventana, y la puertecita de la gatera que ningún murciélago podría abrir, cerradas.
Tras agradecer su interés al experto, a Carlos no le quedó otra opción que aceptar que la suya también era la casa de los murciélagos, y por supuesto la de Raspas, que le miraba como acostumbran a mirar los gatos, con ojos de estar por encima del bien y del mal. Pero ¿Y si ese animal irracional tuviera la respuesta? Al fin y al cabo el que estaba beneficiándose de la situación era él, cazando y jugando con los murciélagos, por tanto ¿por qué no iba a ser cosa suya? En los siguientes días más que en la rutina de los murciélagos, Carlos se fijo en la de Raspas: Sus paseos a la puesta del sol por el tejado, de los que no sabía muy bien en qué momento de la madrugada volvía, y esas mañanas en las que se lo encontraba en el salón con cara de no haber roto un plato. Carlos empezó a ver claro que Raspas era el culpable de la situación, pero no sabía cómo conseguía amanecer en el salón acompañado de un murciélago. Pero cuando Carlos estaba a punto de lanzar la toalla, la luz se hizo: Entre los hábitos de los murciélagos que describió el experto en su charla, recordó que comentó que era habitual que eligieran huecos en los tejados de las casas como madriguera, y que tras pasar todo el día en ellos, salieran a alimentarse cuando se ponía el sol, justo cuando Raspas se iba de paseo precisamente al tejado: Por lo tanto, ¿y si Raspas había descubierto una madriguera de murciélagos, sabía cuando salían, y lo que hacía era esperar hasta que atrapaba a alguno de ellos, pero en vez de matarlo al instante lo llevaba en su boca hasta introducirlo en el salón por la gatera, y así poder hacer uso de él como estimara oportuno sin riesgo de que se escapara? Esa hipótesis era realmente retorcida, pero propia de la mentalidad felina. Carlos no tenía pruebas de que esto fuera así, pero a partir de ese momento, y probablemente porque Raspas se dio cuenta de que habían descubierto su macabro juego, y así ya no tenía gracia, ningún murciélago más volvió a aparecer en el salón de Carlos.

jueves, 23 de octubre de 2008

Paisaje de mañana de domingo con niña

Despunta un agradable sol otoñal. Las ardillas se dedican a hacer acopio de alimentos de cara al inminente invierno. Las últimas rosas florecen in extremis ante la poda venidera. Una mujer, un hombre y una niña pequeña disfrutan como si fuera la primera vez (¿es que acaso no lo era? y ¿por que no pensar que siempre es la primera vez?) de esas pequeñas cosas de las que ninguna crisis nos puede privar: Unas pinturas con las que colorear de vivos tonos cualquier atisbo de gris que asome por los márgenes de su idílica realidad, unas manualidades que pueden ser algo más que un simple entretenimiento (¿Las lucirá una chica la noche en la que quizás conozca al amor de su vida?), y una mirada que quede plasmada en la pantalla de un ordenador, que como su propio nombre indica, sirve para ordenar esos pensamientos, reflexiones, situaciones o diálogos que se cazan a vuelapluma.
La niña está descubriendo el mundo, y los adultos lo ven desde otra perspectiva de la mano de ella: Reflexiones cargadas a partes iguales de inocencia y verdad, o palabras que mutan y adquieren nuevos sentidos. E aquí algunas de estas últimas surgidas en 5 minutos de conversación:

-Boligrajo: El boligrajo pinta muy negro, y grazna desde una rama baja.
-Paca: La paca muge, da leche, blanca, y tiene nombre propio, Paca.
-Lila es gris: Y es que ¿cómo va a existir el gris a los ojos de una niña?

martes, 21 de octubre de 2008

Malas compañías

Había sido el mejor de su promoción en Cambridge. Incluso formó parte de la tripulación que batió por 3 años consecutivos a Oxford en la legendaria regata. Al doctorarse, las consultorías bursátiles más prestigiosas y los bancos más poderosos se lo rifaban. Tras estudiar todas las ofertas, se decidió por un banco en el que ponían a su servicio un mercedes con chófer, cada 2 fines de semana el director general le dejaba las llaves de su mansión en la costa azul, a la que podía desplazarse en el jet privado de la empresa, y podía elegir su propia secretaria, bajo el criterio que él mismo estimara oportuno: Basándose en su eficiencia, o en su presencia.
Tampoco le faltaron ofertas matrimoniales: Todas las herederas en edad de merecer de las fortunas más indecentes se arrimaban a él en las fiestas que organizaban sus progenitores para buscarles un marido digno de su posición, y cuando se decidió por la que parecía la mejor opción, la hija de un promotor inmobiliario que había amasado una inmensa fortuna a base de sobornar a concejales sin escrúpulos de localidades costeras del mediterráneo, más que pedirle la mano podríamos decir que le lanzó una opa hostil a su padre, que vistas los posibilidades de diversificación del negocio y de blanqueo de dinero que le ofrecía su futuro yerno/socio, aceptó encantado. La chica bastante tenía con fundir mensualmente los fondos de la visa diamante que diligentemente alimentaba su padre.
Pero cuando todo parecía ir sobre ruedas, cuando la vida que había imaginado para él el protagonista de esta historia era una exitosa realidad, de la noche a la mañana, todo cambió. Los bancos, que habían especulado hasta lo insostenible con un dinero que no tenían, quebraron. Aquellos que tenían sus escasos ahorros en esos bancos, se asustaron. Las empresas se quedaron sin liquidez para afrontar sus pagos, y muchas tuvieron que cerrar. Y la bolsa entró en barrena.
La gente de la calle no entendía cómo se podía haber llegado a esa situación, cómo en la supuesta bonanza económica en la que vivían todo se podía ir al traste por la desmedida avaricia de los que más tenían. Aquellos que habían sido admirados y respetados, ahora estaban en el disparadero. La gente señalaba por la calle a los trajeados, que evitaban por todos los medios atravesar los suburbios, en los que cualquier coche de alta gama era objetivo de la ira y la frustración de aquellos que habían perdido lo poco que tenían. Los economistas habían pasado al escalafón más bajo de la sociedad, por debajo incluso de los árbitros, los meteorólogos, los promotores inmobiliarios, los prestamistas y los sepultureros.

jueves, 16 de octubre de 2008

To estar or not to ser

Citaba mi sala de estar (y nuevamente de escribir) en la reciente entrada Fiestas de barrio, y me paraba a reflexionar un instante sobre esa expresión de uso común, y es que toda casa tiene una sala de estar. Los anglosajones dicen living room, y pienso que se ajusta más a la realidad: Vivimos en la sala, muchas personas incluso comen frente a la tele, de hecho living sería el gerundio, no el infinitivo, por lo tanto viviendo: los juegos de los niños en la alfombra, las caricias de los recién casados, la indiferencia de las parejas sumidas en el hastío, las celebraciones familiares que a veces tienen poco de celebración, el chaval que prepara un examen, el padre que lee el periódico, el gato que dormita en el sofá, la abuela que hace ganchillo, el polvo que se acumula en esa enciclopedia que nadie ojea, el despotismo de la tele que siempre quiere ser la protagonista, el tiempo que pasa, con doce uvas que se comen cada nochevieja.
Viviendo, en la sala de estar, y de ser.

martes, 14 de octubre de 2008

La inspiración tiene uñas

Leía hace unos días en un autobús urbano de San Sebastián una frase que se me quedó grabada: Las arañas tienen uñas. En ese mismo instante fui consciente de que esa afirmación iba a acabar desarrollando una entrada en este blog, aunque no tenía ni idea de qué iba a tratar.
La frase se acomodó en un pequeño rincón de mi cerebro a la espera de que cobrara sentido. Los días iban pasando, otras ideas me salían al paso e iban creciendo hasta convertirse en entradas del blog, algunas casi de manera instantánea, otras tardaban un poco más, pero el esqueleto sobre el que se iban a formar se vislumbraba desde un principio, y solo era cuestión de darles un par de vueltas, y dejar que mi imaginación, o la vida, hiciera el resto.
En esto que otra imagen se cruzó en mi camino, o ante mi uretra para ser más exactos: Me encontré en un urinario del polideportivo de Tolosa una pequeña cara sonriente en forma de filtro previo al desagüe, cuyo objetivo complementario a evitar que objetos sólidos puedan atascar el urinario supuse que era el que el inconsciente viril nos haga centrar en el nuestra micción, minimizando de esa manera los salpicones externos. Y en esto me acordé de la otrora famosa araña de urinario, aquella que habitaba hace unos años cualquier urinario público, siempre a la izquierda, y que prácticamente ha desaparecido con la misma prontitud con la que se convirtió en algo cotidiano. La araña volvía a asomar al primer plano de mis elucubraciones más improductivas, pero el tema de esa futurible entrada al blog se me revelaba como un recuerdo a aquellos otros “animales” en vías de extinción: La propia araña de urinario, o las arañas de techo, esas lámparas imprescindibles hace unos años en cualquier hogar que se preciara, presidiendo la sala de estar (sala de estar... ese concepto también se me ha quedado grabado en el rinconcito de “ideas a desarrollar para posible entrada en el blog”), las bacas de coche de toda la vida, la butterfly pillow, esa almohada con forma de mariposa que como la araña del urinario fue olvidada tan rápido como llegó a ser muy popular...
Estos podrían ser algunos de esos otros animales en vías de extinción, pero en eso que otra araña, esta de carne y con uñas se mostró ante mis sorprendidos ojos: sorprendidos por su tamaño, considerable, y por su tela de araña, que parecía estar suspendida de la nada (ahí donde la veis, está en su tela). Esa araña es la que ilustra la foto del inicio de esta entrada, y con esas ideas aparentemente inconexas pero con la araña como hilo conductor, tejo como tela de araña esta entrada en la que espero haberte atrapado por un instante.

domingo, 12 de octubre de 2008

Fiestas de barrio

A la hora en la que escribo estas líneas, puedo escuchar la discofesta de fiestas del barrio de Berazubi desde mi sala de estar, y en este caso, de escribir. A las fiestas de este barrio les tengo especial cariño, ahí surgieron las primeras moxkorras, antes incluso que en carnaval, y el primer amor, con su primer beso, ¡cómo no tener un buen recuerdo!
Yo no soy de ese barrio, el río Oria nos separa, de hecho tampoco había un espíritu muy definido de barrio a este lado del río, y como ocurre con tantos y tantos nacionalismos, reivindicábamos nuestra razón de ser como barrio cuando teníamos nuestros más y nuestros menos con los chavales del otro lado: Partidos de fútbol que acababan como el rosario de la aurora, robos mutuos de las maderas y cartones con los que pensábamos alimentar nuestras respectivas fogatas de san Juan...
Las fiestas de barrio vienen a ser la manera de reivindicar de manera lúdica esa pertenencia a algo próximo, sin fronteras ni banderas, como mucho pañuelo que ponerse al cuello. En ese ámbito prácticamente todos se conocen, y unos cuantos arriman el hombro para que durante unos días, con sus noches, el barrio en fiestas le robe el protagonismo al centro de la localidad.
Hace unos años, las fiestas de barrio entraron en una profunda crisis. De hecho, muchas de ellas desaparecieron por la falta de relevo a la hora de comprometerse con su organización, y porque la asistencia a las mismas bajó considerablemente. Las fiestas de barrio ya no estaban bien vistas. Eran “cutres”. No “molaba” ir a fiestas de barrio. Como tampoco molaba ir a comprar al ultramarinos de la esquina. O tomarse algo en el bar donde los jubilados del barrio jugaban al mus. Algunas aguantaron con más pena que gloria, como es el caso de las de Berazubi, más por el empeño de unos pocos que por la respuesta popular, ya sabéis, la gente prefería irse a los centros comerciales a disfrutar de un ocio más global y cosmopolita. Pero las cosas han cambiado algo, y más que van a cambiar, pienso. Se acabó el andar alegremente de aquí para allá con el coche. La crisis va a cambiar muchas cosas, algunas de la macroeconomía o de la geopolítica, pero también costumbres del día a día, de nuestros barrios. ¿Volveremos a juntarnos en casa de aquel vecino que tenga tele de plasma con canal satélite como se juntaban los vecinos en casa de la primera familia que se compró una tele en el franquismo? ¿Se juntarán las vecinas para zurcir y cotillear? ¿Y los niños a patear balones?
Una crisis es algo terrible, pero de todas ellas ha de aprenderse algo, y sinceramente pienso que estamos viviendo un momento histórico, y que lo que puede surgir de las cenizas de ese neoliberalismo caníbal en el que hemos estado sumidos va a ser positivo. Hay que pensar que lo que alcanza nuestra vista puede hacernos felices, que con lo que tenemos a mano nos es suficiente. Lo que está a nuestro lado es lo que nos puede hacer fuertes, lo que nos puede ayudar a seguir. Vecinos, hay que volver a mirarse a los ojos. E ir a fiestas de barrio. Me bajo a tomar algo. Nos vemos en el barrio.

viernes, 3 de octubre de 2008

El cielo bajo tierra

Se encontraban todas las tardes, bajo tierra, como dos topos ciegos de amor. En la superficie aparentemente su relación era otra, compañeros, pero tras bajar las escaleras, se convertían en cómplices, y el deseo retumbaba por todo el bar, un deseo contenido pero incontenible, que se filtraba en un discreto roce de manos, una mirada furtiva, un beso breve pero insondable.
A simple vista no hacían nada diferente a los demás clientes, apuraban sus zeros como si fueran infinitos, lanzaban unos dardos que siempre daban en la diana de su amor, reían y hablaban hasta que llegaba el momento de volver a la superficie, a la realidad, a ese día a día en el que tenían que ser otros. Pero las tardes eran suyas, y de tarde en tarde, soñaban despiertos con que la caída del sol no apagara ese momento.
La camarera siempre les sonreía y les atendía muy amablemente, consciente de que emanaban un amor tan intenso, que inundaba ese bar subterráneo, que podría ser un refugio antiaéreo, un refugio antirealidad. Lo que ella no sabía es que era una de las pocas personas que compartía ese momento, no era consciente de que ese lugar que para ella suponía trabajo, para ellos representaba la libertad: Para ellos la claustrofobia estaba en la calle.
Cuando llegaba el fatídico instante de subir a la superficie y ver cómo el sol se llevaba esa tarde que solo era suya, lo hacían muy despacito, eran dos pequeños tramos de escalera lo que separaba el amor desbocado de la realidad amordazada, que no tenía nada de amor a pesar del adjetivo, que viene de morder, como les mordía esa realidad, les arrancaba el uno al otro a bocados. Se tomaban su tiempo para emerger, muy despacito, escalón a escalón, de manera cansina, derrotados, pero antes de llegar al final protagonizaban una pequeña rebelión, se abrazaban y besaban como si fuera la última vez, pero es que ¿quién te puede asegurar que cuando estás besando y abrazando a la persona que amas y que te ama no sea la última vez?

Deseos que no se sabe si suben o bajan

Gogailua=Máquina de hacer ganas, deseos. Todo bloque de pisos de no demasiada antigüedad incorpora uno, de uso comunitario, como el cuarto de las bicicletas. Puedes usarlo para tener deseos del primero, segundo, tercero, cuarto, quinto… También deseos del trastero, esos son los que guardamos más al fondo, porque no es que nos de miedo conseguirlos, es que nos da miedo hasta desearlos. Los deseos del quinto son más luminosos que los del primero, que dan al patio donde caen las pinzas, y es que algunos deseos son como para que se nos vaya la pinza, de ese tenderete, que sirve para entenderte con la vecina de enfrente: Ella tiende a tender su ropa interior húmeda, de deseos que como suben hasta el quinto, pueden bajar hasta el primero.