martes, 21 de octubre de 2008

Malas compañías

Había sido el mejor de su promoción en Cambridge. Incluso formó parte de la tripulación que batió por 3 años consecutivos a Oxford en la legendaria regata. Al doctorarse, las consultorías bursátiles más prestigiosas y los bancos más poderosos se lo rifaban. Tras estudiar todas las ofertas, se decidió por un banco en el que ponían a su servicio un mercedes con chófer, cada 2 fines de semana el director general le dejaba las llaves de su mansión en la costa azul, a la que podía desplazarse en el jet privado de la empresa, y podía elegir su propia secretaria, bajo el criterio que él mismo estimara oportuno: Basándose en su eficiencia, o en su presencia.
Tampoco le faltaron ofertas matrimoniales: Todas las herederas en edad de merecer de las fortunas más indecentes se arrimaban a él en las fiestas que organizaban sus progenitores para buscarles un marido digno de su posición, y cuando se decidió por la que parecía la mejor opción, la hija de un promotor inmobiliario que había amasado una inmensa fortuna a base de sobornar a concejales sin escrúpulos de localidades costeras del mediterráneo, más que pedirle la mano podríamos decir que le lanzó una opa hostil a su padre, que vistas los posibilidades de diversificación del negocio y de blanqueo de dinero que le ofrecía su futuro yerno/socio, aceptó encantado. La chica bastante tenía con fundir mensualmente los fondos de la visa diamante que diligentemente alimentaba su padre.
Pero cuando todo parecía ir sobre ruedas, cuando la vida que había imaginado para él el protagonista de esta historia era una exitosa realidad, de la noche a la mañana, todo cambió. Los bancos, que habían especulado hasta lo insostenible con un dinero que no tenían, quebraron. Aquellos que tenían sus escasos ahorros en esos bancos, se asustaron. Las empresas se quedaron sin liquidez para afrontar sus pagos, y muchas tuvieron que cerrar. Y la bolsa entró en barrena.
La gente de la calle no entendía cómo se podía haber llegado a esa situación, cómo en la supuesta bonanza económica en la que vivían todo se podía ir al traste por la desmedida avaricia de los que más tenían. Aquellos que habían sido admirados y respetados, ahora estaban en el disparadero. La gente señalaba por la calle a los trajeados, que evitaban por todos los medios atravesar los suburbios, en los que cualquier coche de alta gama era objetivo de la ira y la frustración de aquellos que habían perdido lo poco que tenían. Los economistas habían pasado al escalafón más bajo de la sociedad, por debajo incluso de los árbitros, los meteorólogos, los promotores inmobiliarios, los prestamistas y los sepultureros.

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