lunes, 27 de octubre de 2008

El misterio de la casa de los murciélagos

El piso de Carlos era normalito. El último de un bloque de apartamentos. No era muy amplio, pero tenía una espaciosa terraza de la que disfrutaba especialmente Raspas, su gato. Raspas se desparramaba al sol, intentaba con escaso éxito cazar alguno de los despistados pájaros que decidían hacer un alto en su vuelo en su coto de caza, y se daba largos paseos por el tejado del edificio, al que tenía acceso desde la propia terraza.
Para que Raspas pudiera seguir disfrutando en cualquier momento del exterior sin que esto obligara a Carlos a tener la puerta de la terraza abierta y padecer así el rigor del invierno, este decidió instalar una gatera con su puertecita batiente que le permitiera entrar y salir libremente aunque la puerta estuviera cerrada. La armonía gato – humano fue perfecta, hasta que un tercero entró en discordia: Una noche, mientras Carlos miraba sin especial interés lo que ofrecía la televisión, un murciélago surgió de la nada, y comenzó desorientado a dar vueltas por el salón, tratando de encontrar la salida. Y os preguntaréis, porqué no salió por donde había entrado, y ahí surge el enigma: Puertas y ventanas estaban herméticamente cerradas. Tras abrir la ventana, el murciélago dio todavía un par de vueltas más hasta que pudo ubicar la escapatoria a golpe de ultrasonidos.
Este episodio habría quedado en una simple anécdota si no fuera porque al día siguiente, se repitió. Y no solo al día siguiente: A partir de ese momento, todos los días, si no era por la noche, a la mañana al levantarse, Carlos encontraba un murciélago en el salón, y es más, a veces lo que encontraba era el cadáver, o su pequeño cuerpo decapitado. Esto último podía tener su explicación en la presencia del gato en el domicilio, que podía haber cazado al murciélago, y haber dado buena cuenta de él.
El desánimo se apoderó de Carlos, incapaz de encontrar un razonamiento lógico que explicara aquellas visitas diarias. Y en esas estaba cuando se enteró de que un experto en murciélagos iba a dar una conferencia en su ciudad. Esperando que este pudiera hacer algo de luz sobre aquel misterio que le tenía desconcertado, decidió asistir a la charla. Tras escuchar atentamente las explicaciones del experto y conocer algo más de esos mamíferos con los que compartimos hábitat, le abordó tras la charla y le contó su caso. El experto, tras conocer el enigma, le dijo que tenía que tener una explicación sencilla, basada en lo escurridizos y pequeños que son los murciélagos, características que les permiten entrar por los agujeros más reducidos, aquellos por los que nunca pensaríamos que podrían acceder, y que en su caso, podría haber sido a través de la caja en la que se suelen recoger las persianas enrollables, que suelen estar encima de la ventana y dentro de la vivienda. Al decirle al experto que aquel no era su caso y que en su salón no había ningún resquicio por el que se pudieran colar, el experto decidió que estaba ante un caso que podía ser digno de ser estudiado sobre el terreno, y se ofreció a visitar el piso para aclarar el entuerto.
El experto se pasó un buen rato estudiando la casa, y tras husmear por todos los rincones y recovecos del salón, tuvo que dar su brazo a torcer y reconocer que no había manera de que un murciélago entrara en el salón con la puerta de la terraza, la ventana, y la puertecita de la gatera que ningún murciélago podría abrir, cerradas.
Tras agradecer su interés al experto, a Carlos no le quedó otra opción que aceptar que la suya también era la casa de los murciélagos, y por supuesto la de Raspas, que le miraba como acostumbran a mirar los gatos, con ojos de estar por encima del bien y del mal. Pero ¿Y si ese animal irracional tuviera la respuesta? Al fin y al cabo el que estaba beneficiándose de la situación era él, cazando y jugando con los murciélagos, por tanto ¿por qué no iba a ser cosa suya? En los siguientes días más que en la rutina de los murciélagos, Carlos se fijo en la de Raspas: Sus paseos a la puesta del sol por el tejado, de los que no sabía muy bien en qué momento de la madrugada volvía, y esas mañanas en las que se lo encontraba en el salón con cara de no haber roto un plato. Carlos empezó a ver claro que Raspas era el culpable de la situación, pero no sabía cómo conseguía amanecer en el salón acompañado de un murciélago. Pero cuando Carlos estaba a punto de lanzar la toalla, la luz se hizo: Entre los hábitos de los murciélagos que describió el experto en su charla, recordó que comentó que era habitual que eligieran huecos en los tejados de las casas como madriguera, y que tras pasar todo el día en ellos, salieran a alimentarse cuando se ponía el sol, justo cuando Raspas se iba de paseo precisamente al tejado: Por lo tanto, ¿y si Raspas había descubierto una madriguera de murciélagos, sabía cuando salían, y lo que hacía era esperar hasta que atrapaba a alguno de ellos, pero en vez de matarlo al instante lo llevaba en su boca hasta introducirlo en el salón por la gatera, y así poder hacer uso de él como estimara oportuno sin riesgo de que se escapara? Esa hipótesis era realmente retorcida, pero propia de la mentalidad felina. Carlos no tenía pruebas de que esto fuera así, pero a partir de ese momento, y probablemente porque Raspas se dio cuenta de que habían descubierto su macabro juego, y así ya no tenía gracia, ningún murciélago más volvió a aparecer en el salón de Carlos.

2 comentarios:

Brulay dijo...

He visto a mi gato jugar con una frágil polilla durante horas sin lastimarla antes de decidirse a comérsela. Atraparla con las garras, transportarla en la boca y dejarla libre, bien viva y capaz de volar y huir... o al menos huir en apariencia. Los gatos de un amigo que vivía en una buhardilla habitualmente metían murciélagos -esta vez muertos- en casa. Así que de ahí a que un gato meta murciélagos vivos en casa no me extraña nada. Menos aún viendo la rendija que dejé de persiana cierto día a través de la cual mi gato cazó un gorrión para comerse sus pechugas y dejarme un buen regalo de plumas y sangre que limpiar al llegar yo a casa.
Sólo si convives con un gato eres capaz de comprender que todo él es un ser hecho para cazar.

Y bueno, para acabar, un quiróptero se parece a un roedor sólo en apariencia, pero en absoluto son lo mismo.

Anónimo dijo...

MAAAARRRTTTIIII!
Tienes un blog mu bonito, mu tierno y mu entrañable como tú!. Me ha gustado ver a Naia, está preciosa oyes! Un super muxu p´ti y pa la lentilla.
Fdo: "SS" en versión buen rollo.