domingo, 12 de octubre de 2008

Fiestas de barrio

A la hora en la que escribo estas líneas, puedo escuchar la discofesta de fiestas del barrio de Berazubi desde mi sala de estar, y en este caso, de escribir. A las fiestas de este barrio les tengo especial cariño, ahí surgieron las primeras moxkorras, antes incluso que en carnaval, y el primer amor, con su primer beso, ¡cómo no tener un buen recuerdo!
Yo no soy de ese barrio, el río Oria nos separa, de hecho tampoco había un espíritu muy definido de barrio a este lado del río, y como ocurre con tantos y tantos nacionalismos, reivindicábamos nuestra razón de ser como barrio cuando teníamos nuestros más y nuestros menos con los chavales del otro lado: Partidos de fútbol que acababan como el rosario de la aurora, robos mutuos de las maderas y cartones con los que pensábamos alimentar nuestras respectivas fogatas de san Juan...
Las fiestas de barrio vienen a ser la manera de reivindicar de manera lúdica esa pertenencia a algo próximo, sin fronteras ni banderas, como mucho pañuelo que ponerse al cuello. En ese ámbito prácticamente todos se conocen, y unos cuantos arriman el hombro para que durante unos días, con sus noches, el barrio en fiestas le robe el protagonismo al centro de la localidad.
Hace unos años, las fiestas de barrio entraron en una profunda crisis. De hecho, muchas de ellas desaparecieron por la falta de relevo a la hora de comprometerse con su organización, y porque la asistencia a las mismas bajó considerablemente. Las fiestas de barrio ya no estaban bien vistas. Eran “cutres”. No “molaba” ir a fiestas de barrio. Como tampoco molaba ir a comprar al ultramarinos de la esquina. O tomarse algo en el bar donde los jubilados del barrio jugaban al mus. Algunas aguantaron con más pena que gloria, como es el caso de las de Berazubi, más por el empeño de unos pocos que por la respuesta popular, ya sabéis, la gente prefería irse a los centros comerciales a disfrutar de un ocio más global y cosmopolita. Pero las cosas han cambiado algo, y más que van a cambiar, pienso. Se acabó el andar alegremente de aquí para allá con el coche. La crisis va a cambiar muchas cosas, algunas de la macroeconomía o de la geopolítica, pero también costumbres del día a día, de nuestros barrios. ¿Volveremos a juntarnos en casa de aquel vecino que tenga tele de plasma con canal satélite como se juntaban los vecinos en casa de la primera familia que se compró una tele en el franquismo? ¿Se juntarán las vecinas para zurcir y cotillear? ¿Y los niños a patear balones?
Una crisis es algo terrible, pero de todas ellas ha de aprenderse algo, y sinceramente pienso que estamos viviendo un momento histórico, y que lo que puede surgir de las cenizas de ese neoliberalismo caníbal en el que hemos estado sumidos va a ser positivo. Hay que pensar que lo que alcanza nuestra vista puede hacernos felices, que con lo que tenemos a mano nos es suficiente. Lo que está a nuestro lado es lo que nos puede hacer fuertes, lo que nos puede ayudar a seguir. Vecinos, hay que volver a mirarse a los ojos. E ir a fiestas de barrio. Me bajo a tomar algo. Nos vemos en el barrio.

No hay comentarios: