viernes, 19 de septiembre de 2008

Día 2: Con mover

Movimiento. Del alma. Hasta atenazarte en lo más hondo. Desde la garganta hasta el estómago. Un nudo de alambre de espino. 2 historias. Una a cada lado. Una del lado de la inocencia, de la infancia, la otra del lado del sinsentido, de la crueldad de los adultos. La inocencia debería ser fuerte, como una roca. Pero toda roca tiene grietas, y en ellas se va filtrando el horror provocado por los adultos, el holocausto judío. Eso que se filtra nos va helando poco a poco, hasta que, como el agua, se expande reventando esa roca, desde dentro.
El niño con el pijama de rayas. No he leído la novela, pero intuyo que, teniendo la historia una mirada infantil, hasta ese desenlace en el que la realidad de los adultos nos explota en la cara, el tratamiento que le da la película ha de ajustarse al relato original. Bravo por John Boyne, el padre de la historia, en la que vamos viendo retratada la realidad de la Alemania nazi, desde aquellos que no querían saber o al saber hacían como que no sabían (la madre), aquellos que tuvieron la oportunidad de levantar la voz y no lo hicieron (el propio niño "nazi" cuando le pillan al niño judío comiendo en su casa) o aquellos que por renegar de su origen fueron los primeros en dar un paso al frente y ser los más crueles (el joven teniente nazi), y bravo por Mark Herman, el director de la película, por no caer en la sensiblería fácil y tramposa como hizo Roberto Benigni en La vida es bella. Y por esa secuencia final, brutalmente aterradora, que queda reververando en nuestro corazón largo rato. Si no fuera porque a los 20 minutos entraba a ver otra película. Es lo que tiene el zinemaldia.
El niño con el pijama de rayas se estrena el próximo viernes. Merece ser vista. Merece ser recomendada. Y la historia, merece no ser olvidada.

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