lunes, 24 de diciembre de 2007

Corretead, corretead, malditos



Cuando una mañana Gregor Samsa se despertó de un sueño lleno de pesadillas se encontró en su cama convertido en bicho enorme. Se hallaba tumbado sobre su acorazada espalda y, si levantaba un poco la cabeza, veía su barriga ovalada de color marrón, cubierta de surcos longitudinales demasiado prominentes para sostener la colcha, que estaba a punto de resbalarse al suelo. Se le nublaba la vista al contemplar las numerosas y esmirriadas patas, que no tenían nada que ver con las proporciones de sus piernas de antaño.

La metamorfosis (1915), Franz Kafka. Ediciones Akal.

¿Son ellos los bichos o lo somos nosotros? Quizás nosotros y ellos seamos bichos, solo que de distinta especie. Pero en días como este, 24 de diciembre, nuestra metamorfosis se visualiza claramente en las calles comerciales de nuestras ciudades. Correteamos de aquí para allá, como las hormigas que salen del hormiguero en busca de alimento. Nosotros las vemos a ellas, y aunque parezca una actitud errática, todos sus movimientos tienen una razón de ser. Si las hormigas nos observaran llegarían a la misma conclusión, aunque en nuestro caso me temo que nuestra búsqueda del santo grial, véase regalo perfecto, dista mucho de tener una efectiva estrategia. A última hora, a contrarreloj. Cualquier cosa puede valer para obtener la preciada recompensa, la sonrisa de un niño. Pero hoy en día la ilusión de ese niño ante ese regalo suele ser tan efímera como esa sonrisa. Pese a todo, no hay mejor regalo que la sonrisa de un niño, o la de un ser querido. Os regalo mi sonrisa.

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