Te quedas mirándoles, sin atreverte a acercarte a ellos. Son como tú, pero tan diferentes… tu después volverás a casa. Ellos no. A ti alguien te espera, a ellos sólo les aguarda la calle y el frío. Te sientes una intrusa sentándote a su lado. Una extraña que intenta ser amable con ellos. ¿Realmente sientes empatía hacía ellos? o ¿están demasiado lejos para llegar a su lado?. Te dices a ti misma que estás allí para algo. Y dejas de charlar con los que sí que tienen un hogar y te pones a su lado, aunque al principio sólo sea físicamente. Y comienzas con trivialidades para pasar, si te dejan, a su vida, a sus porqués, a sus cuándo, a sus razones… y entonces, por unos momentos te olvidas de dónde estás. De repente, te encuentras en un bar riéndote con unos amigos sobre las ocurrencias del hombre con acento tejano. Un poco antes has buscado las siete diferencias en el pasatiempos del periódico con el chico marroquí que se irá pronto a Almería a recoger aceitunas. Y también has preguntado por preguntar al argelino de qué equipo de fútbol es. La respuesta ha llegado con una indiferencia educada: “Yo primero tengo que arreglar mi situación personal, esas cosas no me importan”. Ahí es cuando te has chocado de bruces con su realidad y esa sí que es diferente.
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