
Es curioso hasta que punto nuestra identidad está formada por una serie de números: El DNI, la cuenta corriente, el número de la seguridad social, la clave de las tarjetas, el teléfono fijo, el móvil… Y cuando nos cambian una de esas cifras mágicas, puede cambiar también nuestra vida. En casa de mis padres nos cambiaron el número de teléfono y nos dieron el que tenía antes Kaxiano, y a menudo llamaban preguntando por él: Por que no me gusta la trikitixa, que si no era como para aprender a tocarla y suplantarle en esas romerías en las que querían contar con él.
A lo que iba, que parece que tuviera tarifa plana y me estoy enrollando… Si a un vecino de descansillo le podemos pedir sal, ¿qué se le puede pedir a un vecino de móvil? ¿Qué nos puede unir? He dicho que el otro día decidí que quería saber quienes eran esos vecinos, pero no he dado el paso de llamarles: ¿Qué les digo?
-Hola, mira, ¿te pillo bien? Resulta que mi número es el 658… y nada, que como somos vecinos de número, pensaba yo que estaría bien saber algo de ti, por si un día me llaman preguntando por ti y claro, es de mala educa… ¿Hola? ¿Estás ahí?
Si ya casi ni nos saludamos con los vecinos de descansillo, ¿qué podemos esperar de los de teléfono? Sal desde luego no.
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